Esta vez he dejado un espacio al folio, a este folio, para colocarle un título al texto. No sé cuál va a ser porque no sé de qué irá el asunto. Lo que ahora sé es: estás leyendo esto un domingo por la mañana cuando en realidad fue escrito un sábado por la tarde después de la celebración de un bautizo. Aún se sigue bautizando gente y eso es esperanza. De hecho, pienso que cuando la gente deje de bautizarse, confirmarse y casarse como Dios manda, se acabará el mundo. Nada o casi nada tendrá sentido.
Mientras lees estas letras -si las lees-, el protagonista de esta historia estará jugando, estará disputando un partido de tenis de 2ª división en el Club de Tenis de Jaén. Estoy convencido de que el protagonista, siempre que disputa un partido se acuerda de DFW, que es la abreviatura de David Foster Wallace. De hecho, el protagonista piensa que si David Foster Wallace no hubiese dejado de jugar al tenis hoy estaría con nosotros y sería o estaría entre los mejores escritores de EE.UU. No lo dudo. Pero se suicidó. Levantó la mano contra sí mismo. Una auténtica desgracia. Suicidarse es una desgracia. Subo el nivel: suicidarse es de cobardes. Respeta la vida. Quien se suicida no sabe o no ha reflexionado sobre una cuestión. ¿? lo ha hecho de manera insuficiente. Si no has sido artífice de estar aquí, en el mundo, ¿quién te ha dado potestad, quién te manda quitarre de en medio? Nadie. No seas ególatra.
Leo a Lucia Berlin. Lucia Berlin es sabia. Me han gustado pocos relatos de su libro Una nueva vida. Pienso, (disculpen tantos tachones, no sé qué les pasa a mis dedos ). Decía que Lucia Berlin me está enseñando a escribir a pesar de que no me gusten sus relatos. Bueno, solo me han gustado dos de quince. No está nada mal. A lo que voy. Lucia Berlin hubiese sido una magnífica columnista. Sus artículos y mini ensayos son espectaculares. Mucho, pero mucho mejores que sus relatos. Es lo único que he leído de Lucia Berlin. Dicen que está muy bien su Manual para mujeres de la limpieza, pero aún nadie me lo ha regalado. Esperando estoy. Si estás interesado en ofrecérmelo o regalármelo, envíame un mensaje privado y te doy mi dirección. Soy pobre. En realidad, soy muy pobre y no puedo gastar mucho dinero en libros. Gracias a Dios tengo dos bibliotecas a menos de medio kilómetro de mi casa. Y bueno, ya saben, me envían libros para reseñar. Por ejemplo, este de Lucia Berlin, el de Una nueva vida.
Hay un artículo en Una nueva vida que alguien debería transcribir para la sección de Colomer en Zenda titulada «Aprende a escribir con…». En él Lucia Berlin nos pregunta, o le pregunta a alguien «¿Cómo conseguiste darle la vuelta a aquella barrabasada que le hiciste a la maestra para convertirla en una buena historia? Y contesta: «Ah, es que nunca hice aquella barrabasada. Me la inventé para conseguir que saliera una buena historia. Ese artículo es magnífico. Solo por los artículos donde se desprende cómo escribía merece la pena leerse este libro que ha sacado su hijo para seguir comiendo o mamando de la teta de mamá. El libro, en realidad, es una herramienta que alimentará la cuenta bancaria de su hijo. Repleto de relatos iniciáticos, primerizos. Todos regulares, menos un par de ellos. Ahora bien, los artículos y ensayos son virguerísimos. Y nada más que por ellos merece la pena comprar y leer el libro.
Escribir, en realidad, se reduce a esto que dice Lucia:
Seguía preguntándome por qué había escrito tal o cual cosa, cómo pude echar mano de tal o cual vivencia y tejer algo alrededor. Me lo decía con tan buena intención que no me atreví a soltarle: Eh, mira, tú no lo entiendes. Ahora mismo odio mi vida. No hay nada que quiera usar como material narrativo, ni siquiera puedo mirar atrás sin dolor.
Únicamente hay un recuerdo que se mantiene impoluto: el acto mismo de escribir. «Sombra», el cuento sobre la corrida de toros, en realidad no es un buen cuento, pero sé con exactitud cómo lo escribí y por qué.
Olé.

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