Me he hecho con un libro de Roland Barthes[1] que estoy entendiendo. Han empezado mis pesquisas en torno a la escritura y he empezado con Barthes. La escritura de todo. La escritura es una herramienta que transforma lo que pensamos e imaginamos, con un lápiz o con un teclado, en una secuencia textual ordenada, inteligible y rebosante de significado. En realidad, escribimos para significarnos. La escritura es significado. Escribes cuando demandas significados. Quizá por ese motivo muchos psicólogos recomiendan que se escriba y se escriba cuando se tiene algún achaque mental. Si se escribe es porque necesitas entenderte o que te entiendan. No hay más. Si te detienes a pensar por qué escribimos, o por qué escriben quienes te rodean, no nos resultarán extraños los porqués que nos ofrecen. Puede que necesites escribir como el sediento necesita beber. Y está bien, pero quien escribe, además de para paliar esa posible necesidad fisiológica, lo hace para encontrar un significado que no tiene o ha perdido y que necesita encontrar. Por eso es tan importante escribir y por eso resulta tan saludable mantener un diario –aunque decidas quemarlo cuando llegues a la última página– de tu cotidianidad. Textos que recojan tus pensamientos, algunas descripciones, estúpidos registros, ideas y trozos de ficción, principios de nada, en párrafos, críticas a tu forma de ser y a la de los demás, ideas e ilusiones y… hasta esbozos de planes de lectura.
Roland Barthes tomó conciencia de la escritura mediante su diario personal. Lo revela Susan Sontag en el “Epílogo” a sus Ensayos críticos[2]. Incluso el primer ensayo que publicó “elogiaba la conciencia paradigmática que encontró en el Journal de André Gide (…) y reflejaba las cavilaciones (…) sobre la confección de su propio diario”. La forma de esa escritura, al final, se convierte en la historia de la literatura que terminará adoptando formas peculiares y sintetizadoras, y sincréticas, claro, a las que llamamos géneros: poesía, teatro, prosa y ensayo. Por lo tanto, cuando nos sentamos a escribir, tratamos de transmitir un significado, como el que estoy tratando de encontrar ahora para entender qué puede alcanzar a ser para mí la escritura y Roland Barthes. Una escritura que ha empezado a precipitar insistentemente en las páginas de mis cuadernos.

Barthes en El placer del texto me ha redescubierto el poder que ofrece la literatura: inyecta significado al mundo. Y lo hace en estos términos: «El propósito de la literatura consiste en introducir “significado” en el mundo, pero no “un significado”». El poder del artículo indeterminado un es abrumador. Después añade, pero ahora no me voy a extender, que lo que la crítica debe hacer es «alterar y combinar el significado» porque el crítico tiene la tarea de «trocar los significados manoseados por otros nuevos».
Surgen demasiadas preguntas después de leer dos páginas de Roland Barthes. Por ese motivo he empezado a leer a Barthes con cierta curiositas y studiositas. Pienso que puede tener las claves para descifrar qué quiere la escritura de mí, o qué significado quiere encontrar esta en los textos que he empezado a escribir sin más pretensión que la de entender qué significado tienen mis pensamientos e imaginaciones en torno al concepto de escritura.
[1] Barthes, Roland, El placer del texto y lección inaugural, 2023, Siglo Veintiuno editores.
[2] En “La escritura misma: sobre Roland Barthes”, por Susan Sontag. Recogido en Barthes, Roland, Ensayos críticos, 1983, Seix Barral.
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