Los últimos derrapes del verano me traen buenas sensaciones y me animan a seguir exprimiendo esta Orbea de veintitantos años en otoño. Lubricaré su cadena, cambiaré alguna pastilla de freno y seguiré ajustando el desviador con la precisión que me ha enseñado YouTube.

Lo que no sé es si seré capaz de escribir un libro tan chulo y magnífico como el que escribió Robert M. Pirsig sobre su Honda CB77F Super Hawk de 1966 (National Museum Of American History): Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta (Sexto Piso, 2015), después de viajar con ella durante diecisiete días por las carreteras de California, en Estados Unidos. El libro es pura metafísica de la calidad, y cómo no, te lo recomiendo. Lo leí hace algunos años y después de leerlo estuve a punto de sacarme el carné de moto para poder conducir una motocicleta similar a la Honda de Pirsig, que me parece preciosa, y mantenerla del modo que él proponía. Emularlo, en definitiva; pero derrapé en ese intento.

No obstante, con lo que sí me he divertido al final este verano ha sido con la mecánica y el mantenimiento de mi Orbea. Las vacaciones consisten en cambiar de actividad y disfrutar con otras que no sueles hacer. Así, lo reconozco, no me han sido necesarios ni muchos euros ni muchos kilómetros para gozar este año del verano. En estos veintitantos años nunca había estado tan pendiente de esta bicicleta. Tanto ensimismamiento me han procurado las tareas asociadas a ella (ajustar sus frenos, calibrar su desviador y cambio, limpiarla después de algunas rutas donde venía llena de polvo y de barro… ¡no he pinchado en todo el verano!), que lo reconozco, me he reenganchado a las labores que demandan su mantenimiento porque son pura artesanía eso de trabajar con las manos e ingeniártelas en la medida de tus posibilidades, habilidades y conocimientos. ¡Cuánta paz, satisfacción y alegría procuran!

También he leído mucho durante estos dos meses, como es obvio, pero eso te lo cuento otro día.