He de reconocer que me estoy volviendo un adicto a las noticias relacionadas con los métodos de trabajo de los escritores. Más que un adicto, un curioso. La razón de ese fisgoneo es sencilla: la fascinación que me provoca conocer, y quizá desentrañar, cómo llega un escritor a plasmar por escrito la creación de su mente e imaginación tras, otro quizá, alguna lectura, cierta recopilación, escritura de borradores, clasificación de ideas, sucesivos tiras y aflojas para, finalmente, publicar un texto, o un relato, un poema o una sugerente novela; incluso un ensayo. Me parece un proceso creativo fascinante y por el que, lo vuelvo a reconocer, me siento muy atraído. Tanto es así, que he empezado a recopilar los textos donde se me aparecen y germinan esas, normalmente, breves descripciones del método de recopilación y escritura de los escritores que leo desde esa idea hasta la destilación final y publicación. Ahora recuerdo el continuo hilo de escritura que llevaba Antonio Lobo Antunes[1] a lo largo de sus días y que es uno de los más singulares que he leído recientemente. A ver si lo rescato para el blog en algún momento.
Pero este texto quería versar hoy sobre el contenido de un folio que encontré mientras ordenaba un montón de papeles de una carpeta. Advertencia: antes de proseguir anuncio que desde hoy, los textos que escriba en el blog aparecerán con algunas notas a pie de página. La razón es sencilla: quiero entrenarme en el hábito de referenciar algunas de las afirmaciones que hago así como dirigir al lector hacia la fuente donde descubro el pastel. Y prescindir del vínculo aquí, en mitad del texto. Disculpen si se les hace pesado el baile ocular al que les voy a forzar, pero quiero ensayar por lo que pueda empezar a destilar; y dónde mejor que en el blog.
El folio al que hago referencia está fechado en agosto de 2024 y pertenece a un artículo de Juan Marqués sobre Juan Ramón Jiménez[2]. Encabecé el primer párrafo de esa nota, antes de extraer parte del artículo de Marqués, con una cita que encontré Río arriba. Selección de aforismos[3], que es un libro que me regaló ese verano de 2024 un buen amigo. Dice así: «Tenemos la seguridad de que no gustaremos nunca del todo a los demás. Seamos, pues, plenamente de nuestro gusto». Desconozco la razón que me llevó a encabezar las notas que tomé sobre ese artículo con esa cita, pero la secuencia, quiero recordar, fue la siguiente: leí el artículo de Marqués y después de su lectura me dirigí a mi biblioteca para refrescar qué textos tenía del autor. Tras eso, seguro que me senté a la sombra y tomé las siguientes notas sobre el mismo, que gloso a continuación. En ellas atesoro cierto algoritmo aplicado por Juan Ramón Jiménez mientras trabajaba.
No he releído el artículo para escribir este texto. Lo tienen vinculado en las notas a pie de página. Seguramente, si lo leyera, me iría ahora por otros derroteros. Me ciño a las notas que tomé y que empiezan con una observación sobre la muerte del autor. En 1958, a partir de ahora JRJ, deja tras de sí un laberinto de papel. Enunciado que me recuerda inmediatamente un libro que pedí el otro día y que aún no me ha llegado: El placer del texto, de Roland Barthes. Muchas ganas. Y claro, este enunciado actuó para mí como un anzuelo, por lo que seguí leyendo con cierta ansia. Marqués hace referencia al caos textual que solía tener Juan Ramón Jiménez, frente a lo ordenado que parecía y que por lo visto era. Interesante. Pero de repente nos presenta uno de los miedos de JRJ: «Maldito editor del futuro, que editará mis libros feamente». Se dedicó, sigo anotando, ¡metiendo textos en sobres! que amalgamaron el libro al que Marqués se refiere en el artículo: «Ese proyecto era Guerra en España[4] (Athenaica), uno de los libros en los que Juan Ramón Jiménez trabajó durante años (en paralelo a otras 30 o 40 carpetas…) y que, como tantos otros, estuvo a punto de entregar a la imprenta en alguna ocasión».
Si por algo anoté el artículo fue por las afirmaciones que describían la realidad del inmenso mar documental en el que vivía el autor: «ni el mismo podía orientarse bien en su torrencial río de borradores y de esquemas». Junto a esto, otra descripción sobre cómo trabajaba. También fascinante: «es un libro misceláneo, pues JRJ no era de sentarse y escribir por largo lo que pensaba sobre algo, sino más bien de recopilar, corregir y ordenar los papelitos que había escrito en su día sobre cada cosa, o recuperar cartas significativas a sus intereses, o reunir poemas relacionados con el tema en cuestión».
Del artículo me interesó las pinceladas impresionistas que se intuyen sobre el método de trabajo de un escritor tan singularísimo como Juan Ramón Jiménez, un escritor que escribió aforismos desde los diecinueve años hasta poco antes de morir. Aforismos tales como Generalmente, se afirma con palabras lo que no se es con obras y para la vida no hay ritmo mejor que el del pensamiento, porque ese ritmo puede durar cuanto dure nuestra órbita.
Quién sabe si JRJ ha abierto una espita para seguir escribiendo sobre este asunto.
Nunca echar de menos; siempre hacer de más.
[1] María Luisa Blanco, Conversaciones con Antonio Lobo Antunes, Madrid, Siruela, 2001.
[2] Juan Marqués, «La guerra de papel de Juan Ramón Jiménez,» The Objective, 10 de agosto de 2024, https://theobjective.com/cultura/2024-08-10/guerra-papel-juan-ramon-jimenez/
[3] Obras de Juan Ramón Jiménez. Río arriba. Selección de aforismos, Recopilación y prólogo de Juan Varo Zafra, Madrid, Visor Libros, 2007.
[4] Juan Ramón Jiménez, Guerra en España. Prosa y verso (1936-1954), Sevilla, Athenaica, 2024. https://www.athenaica.com/libro/guerra-en-espana_156289/
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