Los carneros de Panurgo

—Señor Somoza, el cariño le hace a usted, acaso, ver el peligro mayor de lo que es.
—¿Cómo mayor, señor De Pas? ¿Querrá usted saber más que la ciencia? Ya le he dicho a usted lo que la ciencia opina; segundo: que es un crimen de lesa humanidad… ¡Oh! ¡Si yo cogiera al curita que tiene la culpa de todo esto! Porque aquí anda un cura, señor Magistral, estoy seguro… y usted dispense… pero ya sabe usted que yo distingo entre clero y clero; si todos fueran como usted… ¿A que mi señor don Fermín no aconseja a ningún padre que tenga cuatro hijas como cuatro soles, que las haga monjas una por una a todas, como si fueran los carneros de Panurgo?[1] Señor Somoza, el cariño le hace a usted, acaso, ver el peligro mayor de lo que es.


[1] Carneros de Panurgo: Panurgo, enfadado con un mercader que ponderaba en exceso el valor de sus carneros para venderlos más caros, arrojó al mar el carnero comprado y, tras él, siguieron los demás, arrastrando a la muerte a los mercaderes (Rabelais, Pantagruel, IV, caps. VI-VIII). Se dice “carneros de Panurgo” para designar a la muchedumbre que sigue a ciegas las instigaciones de cualquier embaucador.

Leopoldo Alas Clarín en La Regenta I, capítulo XII. Edición Castalia de Gonzalo Sobejano. Madrid, 1990.

Esta tarde, mientras leía La Regenta I me topé con la expresión «Carneros de Panurgo», que me sorprendió. Me hizo gracia por su sonoridad y después por su significado y origen. Ya han leído para qué la utilizó Leopoldo Alas Clarín, pero a mí me gustaría que alguien titulase una columna periodística con ella para que evidenciara, y denunciara, por supuesto, lo que está ocurriendo hoy. Son tiempos ahítos de gente así, de masas de ciudadanos que siguen a ciegas, sin pensar ni reflexionar por ellos mismos, lo que otros inventan para embaucarles. O al menos eso es lo que observo: en Twitter, por ejemplo; en las columnas de opinión que leo, en los comentarios que escuchas cuando vas a un sitio concurrido como la panadería, el puesto del pollo, o mientras esperas en la cola de la caja del súper. Es una muchedumbre que sigue a ciegas un acontecimiento deportivo, musical, que besan el suelo por donde va un político, o un gurú de miel da. Lo de «a ciegas» es el problema. Da pena, considero. Una de las causas por las que pienso que esto sucede es por el bajo índice de lectura. Muy poquita gente lee para formarse, ya no te digo que estudien, y por eso se entregan a esos embaucadores que les abrirán… qué les van a abrir.

La expresión de los carneros de Panurgo me recordó al flautista de Hamelín (leí su entrada en Wikipedia), y a la piara de cerdos que se despeña por un barranco, narrada en el evangelio de san Mateo 8,28-34, aunque transcribo el de san Lucas 8,26-32, que me gusta más. Incluso lo traigo en latín, anda que no es bonito el latín: «Había por allí una piara de cerdos que estaban paciendo en el monte; y les rogaron que les permitiese entrar en ellos. Y se lo permitió. Salieron los demonios del hombre y entraron en los cerdos; y la piara se lanzó con furia por un precipicio al lago y se ahogó». Exierunt ergo daemonia ab hómine, et intraverunt in porcos; et ímpetu abiit grex per praeceps in stagnum, et suffocatus est.

No voy a glosar el evangelio, ni la entrada de Wikipedia de Hamelín, pero anda que no hay donde cortar, y glosar.

Y se ahogaron. Ya está. Suffocatus est. Qué belleza tan pantagruélica.

Imagen destacada de Openverse.

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