Escribo todos los días pero el resultado nunca es el mismo

En Conversaciones con António Lobo Antunes, de Maria Luisa Blanco, editado en Siruela, encontré este texto que quiero guardar en Soporto tropos:

Al otro lado del papel

A veces, cuando estoy escribiendo, me invade una sensación muy curiosa: tengo la impresión de que estoy en un lado del papel y que el papel está del otro lado. Es una sensación muy extraña porque es muy real, y me ocurre solo en las primeras versiones de mis novelas.

Después, paulatinamente, voy confundiéndome, me fundo con el papel y con la escritura, y acabamos estando los dos del mismo lado. Pero ese paso del desdoblamiento a la fusión es tan subterráneo, tan desconocido para uno mismo, que tengo la impresión de que quizá no estoy escribiendo en el papel. Porque al mismo tiempo la imaginación solamente trabaja cuando estás trabajando. En abstracto. Sé que esto que cuento es extraño y difícil de entender, pero intento comunicar una sensación muy real.

Las ideas te vienen cuando estás escribiendo. Son las palabras las que inventan el texto. Esto es tan claro para mí que no albergo duda al respecto. Es un proceso que, sobre todo, me ha ocurrido con las últimas novelas. Es el texto el que se construye a pesar de ti. Tuve un profesor en la Facultad de Medicina que decía: «Los enfermos mejoran a pesar del médico«. Y eso pasa muchas veces con el libro. Porque tú no tienes planes concretos; empiezas en una dirección y el libro es el que te va llevando hacia la que él decide.

Hablábamos hace un momento del hecho de escribir como de un estado de gracia… y cada vez lo siento más así. Siento una gran humildad porque uno sabe muy poco de literatura. En realidad no sabes nada, el mundo literario es un mundo terriblemente complicado.

Pienso en Chéjov, en esas obras de teatro en las que aparentemente no pasaba nada… Y en ellas pasa todo. Él consigue expresarlo todo con la máxima sencillez y una extraordinaria economía.

Es lo mismo que cuando un escucha a Schubert, a Mozart o a Chopin. Hay quien compone o interpreta a la perfección melodías dificilísimas de ejecutar y, sin embargo, no te llegan emocionalmente. Puedes reconocer su talento, pero no te conmueven. En cambio, hay otros como los que he citado que, sin ser tan perfectos, siempre te emocionan.

Con los libros, los que aparentemente son más sencillos resultan, en cambio, los más difíciles, el Quijote, por ejemplo. Cervantes es uno de los escritores que me desborda, que me deja siempre atónito. Sterne, con su Tristram Shandy, esa novela increíble, es otro de ellos.

Cuando escribí Tratado de las pasiones del alma yo estaba muy contento porque pensaba que había hecho un descubrimiento magnífico y definitivo: hacer avanzar la acción por el diálogo. Y luego te encuentras con que otro lo ha hecho un siglo antes que tú. Eso, al mismo tiempo, te provoca una sensación de respeto y de humildad.

Por otra parte, soy consciente de que hay momentos en que no soy justo conmigo mismo. Yo creo que no tengo ningún talento y que todo lo he conseguido a base de un gran esfuerzo, con mucho trabajo. Además soy muy lento. Pienso que no nací con talento natural para escribir, como lo tenía Scott Fitzgerald, por ejemplo. A mí ningún libro me ha sido dado, todos los he escrito con un gran esfuerzo, siempre corrigiendo mucho. Sin embargo, también recuerdo un manuscrito de Cortázar en el que, en una página, no había una sola línea que no tuviera correcciones.

Creo de verdad que no tengo talento literario. Lo que otros consiguen con facilidad yo lo consigo con mucho trabajo, y el esfuerzo es muy variable. Hay días en que escribo cinco líneas y otros en que llego a una página… Hay capítulos que me han costado catorce o quince días y capítulos en los que apenas he tardado cuatro o cinco. Escribo todo los días pero el resultado nunca es el mismo.

António Lobo Antunes en las páginas 42, 43 y 44 de:


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